Hace un par de semanas, viendo Canal Sur, di con un breve fragmento de la entrevista que Jesús Quinteros hizo a Eva Hache. Allí Eva le explicaba que para parir de forma natural antes se había tenido que informar mucho, lo que le había parecido irrisorio.
Con esas palabras vino a mi memoria mi propia experiencia de un año antes. Entonces, próxima a la fecha de parto, tuve que indagar mucho sobre el tema, primero para decidir y luego para solicitar tener un parto de forma natural, como lo tuvieron tantas mujeres a lo largo de la humanidad y que ahora no parece más que una utopía y hasta una sandez o necedad ante los ojos de algunos profesionales de la sanidad.
Las palabras de Eva Hache me llevaron nuevamente a indagar y he encontrado esta información que me ha parecido muy bonita. En ella se reivindica la importancia de este acto, y es mi deseo compartirlo y que de su lectura vuelva a renacer en las mujeres la grandeza y valor de ese momento. El parto es nuestro, está en nosotras recuperarlo.
En el pensamiento indígena mesoamericano, la maternidad y el parto eran considerados una bendición de los dioses y era una finalidad natural y suprema del ser mujer, un acto heroico que rivalizaba con las hazañas de los grandes guerreros.
Testimonios del acto heroico que significaba parir en la cultura Náhuatl, han llegado hasta nuestros días. La figura de Tlazoltéotl, diosa del parto y del destino, se representa en actitud de parir, desnuda y en cuclillas, con las palmas de las manos sobre sus nalgas, con su boca abierta gimiendo mientras emerge de entre sus piernas un recién nacido. Es la representación de la mujer náhuatl en el acto de parir, y una muestra de la importancia del parto, la cual contrasta enormemente a la forma actual en donde la parturienta, acostada, realiza el acto, contraviniendo las leyes naturales de la gravedad.
Los ciclos de la naturaleza y el origen de los hombres se explicaban a través de los dioses creadores, la tierra, representada por Tlalteu, era la diosa madre, receptáculo universal de las semillas, su finalidad era generar vida, y en su parto con dolor, radicaba su fuerza.
La futura madre en la cultura Náhuatl, recibía los parabienes de los familiares y amistades y mediante fórmulas establecidas, daba las gracias y se ponía al cuidado de las diosas de la salud y de la generación.
En las familias nobles, la futura madre recibía especiales cuidados y escogía con tiempo una partera que la atendiera. La partera visitaba a su cliente en su domicilio, revisaba la posición del feto y posteriormente daba las recomendaciones para el caso.
Los padres y familiares de los casados, se reunían nuevamente por el octavo mes del embarazo; comían y bebían y posteriormente acordaban traer a la partera. La abuela hacía la presentación de la parturienta y su familia ante la partera, y pedía la ayuda de los dioses y bendiciones para el momento así como la protección para el niño por nacer. La partera prometía poner todo su conocimiento, advirtiendo que primero era la voluntad de los dioses.
La partera cuidaba de la casa y la comida, de los baños que daría a la parturienta para adelantar el alumbramiento. Si no lograba nada, proporcionaba entonces hierbas medicinales y por último, pedía la intervención divina. En caso de que el niño naciera muerto, con un cuchillo de pedernal lo cortaba en trozos para poder sacarlo del vientre de su madre.
Si la mujer moría al dar a luz, se asimilaba al destino de un guerrero muerto en combate o en sacrificio. Después de muerta lavaban su cuerpo y sus cabellos y la vestían con ropas nuevas para sepultarla. Se juntaban todas las parteras y viejas, y eran ellas las que acompañaban al cuerpo a su última morada. Éstas llevaban espadas, y dando voces, como los soldados cuando atacaban al enemigo, les salían al encuentro unos mancebos que peleaban contra ellas para obtener el cuerpo de la mujer; si ellos ganaban, le cortaban un dedo de la mano y algunos de sus cabellos los cuales los utilizaban como talismán durante la lucha, buscando con ello ser más valientes y esforzados.
La muerte de parto ponía a la mujer en el cumplimiento supremo de su misión, se convertía en mujer divina, en diosa
Todo ello se perdió durante la conquista, las estructuras de esa sociedad se rompieron y se impuso otra diferente a través del cristianismo. La prohibición de practicar su religión así como la restricción sobre el uso de yerbas medicinales por parte de la iglesia propició que estas costumbres se fueran diluyendo. Si bien es cierto que durante los primeros años de la conquista, fueron utilizados los servicios de los médicos nativos, la llegada de los médicos europeos marcaron con mayor énfasis la hostilidad y prejuicios hacia la medicina indígena
Actualmente se pueden encontrar en las zonas más apartadas, comunidades indígenas que aún conservan sus costumbres, y sus mujeres realizan el parto en la forma antigua, es decir, en cuclillas, como parían las diosas. Celosas, guardan en secreto la utilización y las yerbas que aminoran el dolor, el chocolate para dar rapidez al momento, mientras reciben a sus hijos en hojas de plátano sólo con la asistencia de la comadrona.
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